Prólogo
Permanezco quieta en la cama con los ojos cerrados. Hace un rato que he desconectado el móvil y el silencio es lo único que me acompaña esta noche.
La soledad vuelve a gobernar mi vida y me maldigo por darle importancia a eso. Hace tiempo que fui consciente de que todo había quedado atrás. De que se acabó. Entonces, ¿por qué vuelvo al punto de partida? ¿Por qué sigo sintiéndome atada a él? Había cortado ese hilo, lo hice, y sin embargo...
Abro los ojos al sentir una suave brisa que eriza mi piel. Sonrío, incrédula, al mismo tiempo que pienso que me he vuelto loca. Huele a mar, a galán de noche y a tarta de almendras. No puede ser. No es real.
Me incorporo en la cama y miro la ventana por si la hubiera dejado abierta, después observo la puerta.
Nada.
Ambas permanecen cerradas. Entonces me doy cuenta de que el recuerdo de la arena levitando a mi alrededor en la playa tiene mucho más peso que ese hilo. Un hilo que no tiene razón de ser. Ya no soy esa Lúa que tenía tanto miedo a enfrentarse a lo desconocido.
Soy otra… Soy yo. Me levanto con cautela, dispuesta a dar los primeros pasos hacia una nueva vida.
Y sola.
Me dirijo al salón, abro la ventana de par en par y me apoyo en el alféizar. Una luna enorme que empieza a menguar ilumina el oscuro cielo de Madrid.
«Hola, Luna —saludo, como siempre—. Guíame como a los barcos a la deriva… Que antes de cegarme con la luz del sol tengo que saber desenvolverme en mi oscuridad».