Hoy, cuando he entrado en la oficina, una compañera, majísima la chica oyes, me ha dicho: "vaya pelos de loca llevas".
La he mirado con una sonrisa encantadora, porque yo soy más maja que ella, y la he contestado: "como tú todos los demás días". Se ha dado la vuelta riéndose y yo he visualizado cómo la agarraba de los pelos y la daba un meneo al más pueor estilo Ally McBeal . Luego me he metido en el baño para ver que sí, llevo pelos de loca hoy. en realidad los llevo siempre, pero a ver... ¿qué esperáis?
Me levanto a las seis y media de la mañana y me arreglo como buenamente puedo teniendo en cuenta que comparto baño con mi marido. En una hora desayuno, me ducho, me PEINO, me visto y me maquillo. A las 7:30 intento despertar a mi hijo por primera vez. A los cinco minutos lo vuelvo a intentar. A los diez empiezo a gritar desde la cocina mientras preparo el desayuno. A los quince mi hijo decide que necesita hacer caca y se levanta dando tumbos, despacio... muy despacio. Mi marido sale corriendo porque llega tarde.
Vuelvo a gritar por que no llegamos.
Corriendo hago la cama del niño; el pelo se me empieza a descolocar de su sitio. Pongo el desayuno en la mesa, el almuerzo en la mochila y tras varios intentos más consigo que mi hijo se siente a desayunar a los treinta minutos.
Me relajaría en ese momento si mi querubín no decidiera empezar con su: tengo sueño, tengo frío, me duele la tripa, no me gusta, quiero ir al baño otra vez...
Sigo gritando: ¡qué desayunes de una vez! (me guardo el "puta" para mí y me quema en la lengua) mientras pienso que un día los vecinos van a llamar a la policía.
En quince minutos más, y batiendo todas las marcas, mi hijo termina desayuno y se mete en el baño a lavarse los dientes y la cara, mientras yo como una loca recojo ropa, cojo mi bolso y preparo los abrigos. Llego al baño y mi niño está jugando con el paquete de toallitas de limpiarse el culo.
Juro en arameo, en hebreo y en corintio y me dispongo a lavarle yo.
Lo sé, lo tiene que hacer él. Pero sino no llego así que a callar todo el mundo.
Salimos de casa cinco minutos más tarde de lo que deberíamos y veo en la aplicación del móvil que el autobús pasará en tres. Corro cuesta abajo tirando del niño hacia la parada. Si no corro no lo cogemos ni de coña; mientras vamos al trote, mi hijo empieza a llorar porque va a vomitar (hay que tener en cuenta que acaba de desayunar a matacaballo en tiempo récord), yo solo puedo gritar: ¡Aguanta un poco por favor! (y el "joder" me lo quedo para mí).
Diviso al bus, cojo al niño a cuestas a pesar de que pesa más de veinte kilos y no debo, e intento mantener el paso a la carrera porque no puedo esperar quince minutos al siguiente autobús.
Lo voy a conseguir; estoy cruzando a lo loco para poder llegar pero justo cuando voy a llegar a la otra acera oigo a mi hijo: ¡Mamaaaaa mi muñecoooo!
Por un rabillo del ojo veo que se acerca el bus, por el rabillo del otro ojo veo que el muñeco está en medio de la calle a punto de ser atropellado y al grito imaginario de "Banzaiiii" dejo al niño en la acera, me tiro a por el puñetero spiderman y lo recupero justo antes de que le pasara por encima el autobus.
Lo cogemos.
Me miro en el reflejo de las ventanas; estoy sudando, mi pelo rizado está toalmente encrespado, el bolso lo llevo medio caído, el abrigo mal abrochado y mi hijo parlotea sin parar. Parece ser que soy mejor que Super Cool.
Cuando consigo dejar al niño a tiempo en la cola antes de que cierren la puerta miro el reloj y veo que llego diez minutos tarde. Corre que te corre al metro, baja escaleras, corre hacia el andén, corre que el metro se va, busca hueco en el vagón en algún sitio donde puedas respirar...
Cuando entro en la oficina mi compañera de recepción me mira con total comprensión y no dice ni mú. Pero la otra... la otra se podía meter la lengua en el culo.
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