Hace calor. Hace un calor asfixiante, pegajoso. Te cuesta respirar. Da igual que estés a la sombra o que bebas agua, nada aliviará la sensación de calor.
¿Lo imaginas? ¿Imaginas sentirlo bajo tu piel? ¿Sentir que te hierve la sangre? Pero no de ira, no de rabia. Es angustioso, sí. ¿Te imaginas después sentir una ligera brisa? Suave. Fresca. Húmeda. Oler a lluvia... debe ser parecido al orgasmo. Cada célula de tu piel siendo consciente de ese ligero movimiento en el aire que hace que se te erice cada folículo piloso. Buah...
Pues así he sentido cada renglón al leer Extraño Verano de Enrique Vidal.
Camino bajo el sol por el Paseo del Prado; los árboles intentan dar sombra, pero no es suficiente para frenar los rayos de finales de julio en Madrid. ¿Lo notas? Parece que la Tierra nos grita, nos quiere llamar la atención.
Debido a este calor, necesito un sitio tranquilo, y fresquito donde poder hablar con Kike. Y se me ha ocurrido visitar el museo con vosotros, y es que cada rincón tiene un recuerdo especial para mí.
¿Quieres entrar conmigo en el Museo del Prado? ¿Quieres conocer a mi compañero de letras un poquito más? Pues pégate a mí, no te cortes. Yo te presento.
Mira, ya estamos llegando, ¿ves? No hay apenas gente y la verdad es que se agradece.
Me acerco a la pequeña cola y espero pacientemente mi turno. Pasa una persona, pasa otra... ya me toca. Cojo las entradas y me quedo en la puerta, esperando. Faltan diez minutos para que sean las doce, hora en la que hemos quedado, pero me basta levantar la vista para apreciar su figura cruzando la calle.
—¡Kike! —llamo mientras agito las entradas en el aire. Sonríe. Acelera.
—¡Muy buenas, salada! —me contesta en la distancia con ese acento gallego que le caracteriza.
—Ven, vamos a entrar. Que no hay quien pare aquí fuera.
—No sé por qué lo dices...
Nos reímos. Cruzamos la puerta.
La bofetada con la que nos recibe el aire acondicionado nada más entrar nos sabe a gloria bendita. Respiramos. Llenamos los pulmones.
—Así, mejor —digo cerrando los ojos por un momento. Miro alrededor. El museo ha cambiado un montón.
—¿Por dónde empezamos? —pregunta Kike mirando uno de los paneles informativos
—Por Goya.
Le veo asentir. Caminamos por los pasillos. Miramos las paredes. Hablamos de los niños, de la vida, del tiempo, del calor que hace hoy...
—Venga va, dispara.
Yo me río ante el arranque que tiene y asiento.
—Vamos allá. Así nos centramos en las pinturas después. Empiezo por lo fácil... o lo más difícil, ¿quién es Kike?
—Difícil siempre hablar de uno mismo. Kike es alguien a quien le gusta leer, por encima de todo, y que un día pensó en si, poquito a poquito, podría el también ir juntando letras, como me gusta decir.
—Que te gusta leer se nota y también que bebes de los clásicos, en tu forma de escribir, en tu manera de expresarte. Sé que es difícil, pero dime un solo autor referente y un libro de cabecera, no necesariamente del autor referente.
—Como clásico, aunque cercano en el tiempo, me quedo siempre con Delibes, por su manera de narrar y de hacer sentir. También con Coetze, que es un maestro contándonos lo cotidiano. Y con Roth.
Puestos a dos un título que me haya marcado, “El libro de las ilusiones”, de Auster.
—¡Eh! ¡Que te había dicho solo uno! —exclamo poniendo los brazos en jarras, pero con una enorme sonrisa—. Anda. No te lo voy a tener en cuenta... Tu nueva historia se llama Extraño verano. ¿Por qué el verano y no el invierno?
—Como digo siempre: “yo he venido a este mundo a pasar el verano”. Me gusta el verano, su luz, su calor, esa sensación de tiempo por delante para hacer cosas, etc. Y sí, “Extraño verano” habla de esto, pero también del peor y más duro verano de cuantos haya visto el hombre.
—Duro sin lugar a dudas; y especial. Y dime, ¿cómo surge la chispa, la primera idea?
—Me gustan las historias cotidianas, aquellas que reconoces página a página mientras lees. Y pocas cosas más cotidianas hay que el pequeño mundo que se crea entorno a una comunidad de vecinos. Así que pensé en qué ocurriría si ese grupo de perfectos conocidos se viese obligado a, únicamente, poder relacionarse entre sí, y encima en el peor de los entornos.
—Y en esa comunidad tan especial, ¿cuál es tu personaje favorito y por qué?
—Me quedo con dos: Miguel, el escritor, porque tiene mucho de mí. Le gusta contar cosas y recoger su vida en un papel, disfruta de pequeños placeres, sueña a lo grande con cosas pequeñas, etc. Y con José, el conserje, que mantiene una dignidad pasmosa en todo momento y que con su fortaleza “ata” todo a la realidad.
—Me encanta Miguel, su papel en la historia, la forma de vivir ese casi apocalipsis. Y José... es casi un animal en peligro de extinción. No me extraña que lo hayas escogido. ¿Existe esa urbanización o todo parecido con la realidad es pura coincidencia?
—¿Urbanizaciones a medio construir, rodeadas de la nada más absoluta, en el centro de proyectos urbanísticos abandonados, en España? ¡Pura casualidad!
La carcajada me brota del pecho casi sin darme cuenta; acabamos de entrar en la primera sala que nos muestra las pinturas de Goya y un grupito que presta atención a la explicación de su guía nos mira mal. Les pido perdón. Agachamos la cabeza y pasamos directamente a la siguiente habitación sin mirar los cuadros.
—¿Qué opinas del Premio literario? —susurro cambiando de tema sabiendo que Extraño Verano participa en el concurso de Amazon—. ¿Expectativas?
—Es una gran oportunidad para competir con otros autores de manera sana, y de luchar por ganar algo de visibilidad, que es la gran pelea de los escritores independientes. ¿Expectativas? Disfrutar mucho, porque si no, ¿para qué?
—Pues eso digo yo... —sonrío—. Por cierto, ¿estás trabajando en algo actualmente? Si es que sí, y eso espero, ¿me dices en qué?
—Estoy poco a poco desperezando el boli y derritiendo esa bolita de tinta que se forma en la punta cuando está un tiempo parado, pero espero coger ritmo. Volveré a pasear al sargento Velasco, uno de los protagonistas de “Un tipo con suerte” y me lo voy a llevar a Galicia.
—¡No me digas! Qué sorpresón me acabas de dar Kike. Me encanta, le cogí cariño al tipo. ¿Cuál es tu género favorito para leer y cuál para escribir?
—En los dos campos, la narrativa contemporánea, las historias del día a día. Pero siempre digo que no hay género malo o bueno: hay novelas buenas, y otras que no lo son tanto.
—Soy de la misma opinión, si una novela es buena, la leeré, sea del género que sea. —Levanto la vista y me quedo mirando La maja desnuda. No tiene nada que ver pero me viene a la cabeza el proceso de creación de todo autor—. ¿Mandas sobre tus personajes o tus personajes mandan sobre ti?
—Viven en la anarquía. Yo me hago una pequeña ruta, pero luego ellos deciden llegar al puerto que les apetece, a cobijarse de los temporales.
Intento no reírme muy alto, pero es que le entiendo tanto...
—¿Cuál es tu hora favorita para escribir?
—Me vale casi cualquiera. Pero eso sí, sin reloj ni prisas.
—Ese sin tiempo es tan difícil de conseguir en estos tiempos que corren... Tres muertos en una nube. Un tipo con suerte. Extraño verano. ¿De cuál te sientes más orgulloso?
—Tres muertos… es el más duro, el que me sentó como una puñalada, porque, por desgracia, esas historias existen. De escribir fue el más complicado, porque el lenguaje es muy explícito y los personajes hablan en primera persona y está escrito a modo de diario, por lo que no hay diálogos ni presentación. “Un tipo con suerte” tiene a mi personaje favorito, el protagonista (que en la novela no tiene nombre), que es un tipo preocupado por no tener problemas, que olvida ser feliz. Y “Extraño verano” fue un reto personal, así que ahora mismo, duerme conmigo en mi cama.
—Tres muertos aguarda en mi mesilla de noche, esperando que sea otoño. Un tipo con suerte me enganchó y saber que va a haber segunda parte me ha encantado, y entiendo perfectamente que duermas con tu pequeñín. Termino ya Kike, ¿dónde te encontramos? Blog. Twitter. Instagram. Facebook…
—En Facebook, aunque me cuesta mucho ser constante. Tengo un blog casi encallado (“Letras desde la costa”), pero prácticamente no tengo tiempo de avanzar. ¿Dónde se pueden comprar horas?
—Si te enteras, por favor, comparte información con los amigos.
Reímos, intentando no volver a llamar la atención, y nos topamos con la sala de las pinturas negras de Goya, parece ser que fue la guerra lo que hizo que sus musas enloquecieran, yo creo que fue una ola de calor. Al igual que los protas de Extraño Verano, cada uno explotando su vena artística a su manera, porque es la única forma de sobrellevar cualquier situación extrema.
—Oye
—Oigo
—¿Y mi café?
Abro la boca como el cuadro de El grito de Munch. ¡Se me ha olvidado comprar el café!
—¡Lo siennnnnto! Ven, vamos a la cafetería. Esto se merece que además te invite a unos churros.
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